10 de julio de 2012

Que 20 años no es nada...

Mirad que guapo!
Buenas noches, amigos del dolor injustificado. Aqui estoy de nuevo. 

Rebuscando entre los papeles viejos por expresa orden mia, mi madre me ha traido las notas de cuando yo era pequeñajo y un montón de papeles viejunos. Y entre todos ellos destacaba el tierno DNI cuya imagen preside esta entrada. 
Mirandolo, con el recuerdo ya muy lejano, perdido entre la bruma del tiempo,  no puedo evitar preguntarme... ¿Como ha pasado el tierno y candoroso infante que aparece en la foto a convertirse en el monstruo sin escrupulos, ruin y mezquino que es hoy en dia vuestro amado amigo? ¿Cuales son las razones, si es que las hay, de ese terrible cambio? ¿Una familia desestructurada? ¿Una madre posesiva y humilladora? ¿Un exceso de grasas saturadas? ¿Una confusion a cerca de su sexualidad? ¿Una exposicion masiva al Flying circus de los Monty Python?
Posiblemente nunca lo sabremos. La vida es así, se abre camino, que decían en Jurassic Park. ¿Cómo seria Hitler de niño? ¿Maltrataria ya a los amiguitos que fueran diferentes? ¿Jugaria siempre con gas? ¿Llevaria un tupido mostacho? La evolución no es si no un compendio de cambios que nosotros, simples mortales, no alcanzamos ni alcanzaremos a comprender por mas que nos esforzemos en intentarlo.

Hoy os traigo, a modo de cruel testimonio grafico y prueba viva de que el tiempo no pasa en balde, algunos carnets de cuando era, mas joven... y de regalo (por que no olvideis que una de mis grandes cualidades es ser explendido) os dejo un fragmento de mis memorias, que como todos sabeis son una referencia necesaria y están ya muy avanzadas en su concepción. El fragmento corresponde, como no podía ser de otra manera, al capitulo que se refuiere a mi infancia, que como bien sabreis es el corto espacio de tiempo que transcurre entre mis 0 y mis 33 años.



"Desde pequeño siempre he tenido grandes y elevadas metas. 

El nombre está mal!
Aunque no se lo crean todos aquellos que me conocen, he de confesar que yo de joven era poco agraciado físicamente. Cosa extraña, todo sea dicho, teniendo unos padres (Un padre y una madre, para ser más concretos) de contrastada y reconocida belleza.  Pero si, así fue mi adolescencia, un infierno. La pandilla con la que pasaba las horas en aquellos tiempos era, como lo son todas las pandillas, desigual y poco homogénea. Pero he de indicar, y creo que todos los que formaban parte de ella refutarían esta afirmación sin dudarlo, que yo era el menos agraciado de todos ellos. 

Posiblemente, si organizáramos ese ranking imaginario desde un punto de vista intelectual hubiera avanzado muchos puestos en aquella jerarquía grupal, pero ya sabemos todos que cuando uno tiene quince o dieciséis años priman otros músculos y órganos por delante del cerebro. De hecho, creo que están todos por delante del cerebro salvo el bazo, que nadie sabe muy bien a esa edad para que sirve (Si es que sirve para algo) y está comprobado científicamente gracias a diversos proyectos neutrales e independientes de investigación sobre la materia, que no tiene utilidad alguna a la hora de relacionarse con el género femenino. 

A pocas mujeres les impresiona el tamaño de tu bazo. Esto es así, asumámoslo.

Así pues, y a pesar de que íbamos a discotecas mal iluminadas, (lo cual debería haberme proporcionado un cierto amparo) la realidad es que me sentía desplazado dentro de un grupo que lo único que pretendía era entablar conversaciones de índole táctil o lingual en las que yo no destacaba. Entonces pues, apremiado por los acontecimientos decidí recluirme en mi mismo y mientras ellos desabrochaban enaguas, yo abría libros y coleccionaba comics, lo cual, en lugar de solucionar mis problemas, los agravaba. 
Es difícil ligar con quince años cuando uno habla de Umberto Eco o de Chewbacca, el peludo copiloto de Han Solo con el que vive cientos de sorprendentes aventuras en una galaxia muy, muy lejana. Y los amigos empiezan a mirarte raro cuando en las conversaciones hablas de El Péndulo de Foucault y no de qué pantalón o que camisa vas a ponerte ese sábado.

Con mi camiseta de M.Manson
Eso si, una cosa no quita la otra. Me encantaban (Y lo siguen haciendo) las mujeres. Yo me enamoraba mucho. He sido siempre muy enamoradizo. Lógicamente, todos eran amores platónicos y terriblemente inalcanzables. Y es que, por mucho que pueda contarles y decirles, jamás se darían cuenta de lo feo que resultaba. Dios o la naturaleza… (O el desgraciado ser sin corazón que decida que evolución toman tus hormonas) decidió tener a bien bendecirme con un acné juvenil que en cualquier otro país menos civilizado me hubiera llevado al paredón o a un lógico y humanitario aislamiento de por vida en una húmeda y tétrica celda sin ventilación. No merecía menos, tal era su virulencia. 

Recurrí a todas las opciones relativamente científicas que la medicina moderna puso a mi disposición, desde tomar pomelo en ayunas a una crema bastante costosa que me abrasó la epidermis y sumó al terrorífico espectáculo del acné salvaje el no menos desagradable de las dolorosas quemaduras. Lo del pomelo en ayunas sin azúcar es, créanme, digno de cualquier régimen genocida que se precie de serlo. 

Labios de Botox, nena!
Así que, (a la fuerza ahorcan), volví a mi encierro voluntario, para incontenible satisfacción de mi madre, que veía que su hijo salía y gastaba poco en fiestas y desprecio total de mis amistades masculinas que carecían del complemento humorístico necesario para entablar un principio de conversación en sus peleas cuerpo a cuerpo. Si hubieran sabido que existía la palabra y alguien les hubiera explicado lo que significaba, posiblemente me hubieran insultado ermitaño, a voces, debajo de mi ventana. Como no leían, prefirieron ignorarme, que es otra opción muy coherente y tan válida o más como la de recurrir al insulto personal".



Fragmento de Desilusiones de Grandeza. 2011. 
 

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